6/8/13

COLORES EN VERANO (Relato)

Observa el cielo oscuro sin ninguna nube a primera hora de la tarde. Ha seguido con su rutina sin saber porqué. Paseo por La Ramblas como cada día, un par de horas de cruzarse con turistas japoneses, grupos de nórdicos de piel rojiza, las estatuas humanas que se mueven al tintineo de las monedas que caen en las cajas enfrente de ellos. Hoy ni tan siquiera los ha ayudado tirando un par de monedas de euro. Los pájaros en las jaulas que apenas escucha, las flores hoy marchitas a sus ojos o las dibujantes de los que a menudo toma ideas prestadas no significan nada hoy. Una caña y una ración de bravas en un bar de la plaza reial le han abierto el hambre, un signo de que a pesar de todo, aún esta vivo, aunque en este momento, a él no le alegre la sensación. El ruido del estómago ha movido sus piernas para, siguiendo su rutina inconsciente, llevarle una vez más al bar de su viejo conocido Alfonso.


—¿Qué haremos hoy, señor Luis? Hoy tengo un cocido muy rico.
Luis asiente con un ligero movimiento de cabeza. Siguiendo con sus ojos las palabras del menú escritas en perfecta letra de imprenta, piensa en lo sucedido hoy. No está su mente conectada, su cerebro esta ahora mismo en negro. No es capaz de responder a las preguntas del amable dueño del bar.
—¿Vió el partido anoche?, ¿Este año parece que sí tenemos equipo, verdad? —pregunta Alfonso mientras seca sus manos en el delantal. Desiste al comprobar que hoy, no es buen momento para conversaciones triviales. Mientras atiende las otras mesas tiene el rabillo del ojo atento a las tremendamente inexpresivas acciones de Luis: colocarse la servilleta encima sus muslos, servirse apenas un dedo de vino tinto de la casa, utilizar indolentemente el cuchillo y el tenedor o sonreír bruscamente cuando le sirve el segundo plato.
Regresa a su piso en el Raval con las palabras del doctor zumbando en todos los rincones de su cerebro. Incertidumbre, espera eterna viendo como la bata del doctor se ha vuelto morada en su retina, un morado oscuro, como de sangre densa y viscosa. El azul claro y los tonos blancos han desaparecido al instante. Se le ha helado el rostro por la súbita bajada de temperatura en esa habitación impersonal con camilla y posters  de la anatomía humana. Le ha dado la sensación de envejecer a velocidad luz, su pelo canoso o su barba desaliñada, las gafas Armani, el hoyuelo en la mejilla y su cutis cuidado gracias a cremas matutinas ya no le dan un aspecto saludable y jovial a sus cincuenta y tantos. Su robusto cuerpo formado en excursiones a la montaña empequeñece cuando se ve reflejado en los ojos del doctor. Habrá que esperar a los resultados de las pruebas.
Luís da un portazo que hace temblar los cimientos de las paredes de sus cuadros colgando. Se dirige al mueble bar y rompe todas las botellas en la encimera de la cocina, ya estén llenas o a medio acabar. Golpea con rabia una y otra vez la puerta de la nevera y luego vacía uno por uno cigarrillos rotos que se mezclan con los restos de la comida de anoche. Llega a casa y cae rendido en el sofá. Con sus manos en el rostro, encadena sollozos y lagrimas.
Unos días antes se quedo sin dormir al ver el calendario y recordar que el día 2 fue el cumpleaños de su hija y no tuvo las narices de descolgar el teléfono, comerse su orgullo y hacer las paces. Posiblemente unas pocas palabras de arrepentimiento hubieran bastado, pero no pudo, se lo merendó el miedo. Se maldecía, no siempre tu hija cumple treinta. Más de tres primaveras sin hablarse.
Unos días sin salir de casa. Como un autómata se mueve por el piso. Apenas duerme, come y deja su huella pegada en el sofá. Las jardineras del balcón se han quedado completamente secas, si no ha sido capaz de insuflarse vida a sí mismo, menos ha podido con las flores. Sólo ha entrado al estudio una vez, se ha sentido foráneo a sus propios lienzos y ha comprobado con horror como su paleta se ha degenerado al mismo ritmo que el mundo que lo rodea. Sin darse cuenta, se ha quedado sólo con colores apagados, fríos, sin vida.


Se encuentra en el umbral de la desesperación absoluta. En una última reacción de animal luchando por su supervivencia, sale al portal a observar si sigue habiendo vida en los árboles del parque de enfrente. Comprueba con resignación que las hojas aun no han dado con su verde característico. Vuelve sobre sus pasos abriendo el buzón y agarrando cartas y folletos de publicidad. Pesadamente sube las escaleras, entra en su piso y deja el papeleo esparcido en el mueble. Sobresale una fotografía de entre toda la pila. La coge entre sus dedos. Observa una playa blanca, una toalla tendida en la arena al lado de una palmera y un mar azul cristalino ocupando el horizonte. Desde un lugar lejano, un viejo amigo le ha escrito cuatro líneas de recuerdo, desde su luna de miel en un país caribeño. Cierra los ojos y los vuelve a abrir para comprobar si es real lo que ha visto. No solo eso, sino que al echar un vistazo a su alrededor, las paredes, las alfombras e incluso el sofá con el molde de su cuerpo ha ganado color. A pesar todo, quizá los colores de esa playa le muestren que no todo esta perdido.


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