Salgo
al mediodía, con ojeras que no se disimulan ni con las gafas de sol. Hay
algunos nubarrones pero en la tele han anunciado que no va a llover. Lo he
visto mientras desayunaba. Paseo a mi perro, Stuart, de raza cooker, con sus orejas
caídas, sus ojos tristones, su pelo marrón, elegante. Yo, apenas me he lavado
la cara y peinado sin mirar al espejo. Anteayer lo llevé al veterinario:
limpiar, cortarle el pelo, desparasitar.
Un
chico que pasea un pitbull más feo que él, que ya es mucho decir, se me pone a
hablar mientras Stuart corretea por la hierba del parque. Una amiga me dijo que
se ligaba mucho paseando al perro. Si todos fueran como éste, casi que mejor me
compro una tortuga. Se está liando un porro, me lo ofrece. Muevo la cabeza de
lado a lado. Le pongo la correa a mi perro y me alejo del pitbull y de su
dueño. Regreso a casa. De camino hago un breve balance a la noche que pasé.
Ayer
tuve una más de las citas típicas. Mis amigas están empeñadas en programar mis
noches de sábado. Siempre el mismo plan. Cena con ella, su esposo (o novio), y
un amigo. Me dejo convencer fácilmente. Tengo que mejorar en esto. La amiga me
llama, “es monísimo, te encantará” me dice. “Lo acaba de dejar con su novia,
está súper sensible”. Estos son los peores. Después de cenar, cuando vamos a
tomar una copa, mientras mi amiga se morrea con su pareja, tengo que aguantar
cómo me hablan de sus “ex”. “Ya, ya”, repito como una autómata. Estos no me
sirven ni para echar un polvo. Una vez,
el chico se puso a llorar justo cuando ya estábamos desnudos, en mi cama
y con el condón preparado.
Así
no hay manera.
Resumiendo:
cenita, un par de copas de cortesía y para casa. Suerte que el metro funciona
toda la noche. Estuve afortunada, el tiempo de espera fueron sólo 3 minutos. Un
par de chavales vomitaron en el andén, cerca de mí, y eso olía fatal.
Por
suerte (o por desgracia), no todas las noches que salgo son así. A veces salgo
con las compañeras de trabajo. Parece que ir a la discoteca e ir en grupo de
chicas es sinónimo de que tengas que aguantar entre media y una docena de
plastas que vienen a hablar. La probabilidad de que alguno me interese es baja,
yo la sitúo en menos de un 5%. Chicos, ¿qué tengo que hacer para que os
enteréis? Me gustan los chicos del montón, pero que sean monos, de conversación
interesante, que me hagan reír, naturales como un yogurt, si tienen un puntito
de timidez, mejor, me gusta llevar las riendas del coqueteo. No me van los que
se quieren demasiado a sí mismos; los que hablan sin parar de su nuevo coche, o
del apartamento que han comprado, a buen precio, en Calella de Palafrugell o en
cualquier otro bonito pueblo de playa;
no me gustan los que hablan de mantenerse en forma, de la necesidad de ir al
gimnasio para tener un cuerpo musculoso, cuando en los último 5 años no han
leído más que la trilogía de Larsson o “como
mejorar tus abdominales”; y rehúyo a cualquier elemento del ecosistema “gafapastas”:
que no, no me interesan en absoluto, cuando hablan de sus proyectos o de la cultura
supuestamente “imprescindible”, cine europeo y bla bla bla; si, conozco a
Murakami, pesado. ¿Por qué te
escandalizas tanto en el hecho de que Bret Easton Ellis es mi escritor
preferido?
¿Alguno
normal, chicos?
Dejo
a Stuart en casa, le relleno de agua su tazón y le pongo un poco de arroz
hervido que sobró ayer. Pongo un recambio en el ambientador eléctrico. Fue una
buena decisión dejar de fumar en casa. Ahora me apetece uno. Bajo al bar de
enfrente y me tomo una coca cola. Me encanta leer el periódico en la barra y
que el camarero sea tan amable. Los chinos siempre sonríen cuando sirven a
alguien. Los de aquí, parecen todos depresivos, los entiendo, viendo según que
especímenes que pueblan los bares de menú a diez euros.
De
vuelta a mi piso de 40 m2, saco del congelador un paquete de gambas congeladas.
Como todo lo que compro, el paquete es demasiado grande. Alguna marca debería
tener la idea de hacer raciones individuales de sus productos. Tengo que comer
y cenar lo mismo. Mientras se cuece el guiso, hago unos minutos de bici
estática y unas cuantas series de abdominales y flexiones. No me gusta tener
que pagar un gimnasio cuando en casa puedo hacer lo mismo. Mientras como,
enciendo la tele. Antes de empezar el telenoticias, el programa del corazón
está acabando. No tengo ni idea sobre quien están hablando. Luego, publicidad, un
nuevo anuncio de compresas.
Me
entra urticaria.
Me
como un par de rodajas de piña en almíbar, luego me caliento un café. Me sitúo
el portátil sobre la falda. Reviso mi Hotmail. Nada nuevo. En el facebook un
mensaje de mi hermana. “La semana que viene es el cumpleaños del papa,
¿quedamos el martes por la tarde para comprarle el regalo?”. Si claro, final de
mes, otra vez tendré que tirar de tarjeta de crédito. Enciendo el móvil, a ver
los mensajes que tengo. Un par de amigas
con idéntico mensaje: “hemos quedado mañana para ir de rebajas, ¿te apuntas?”
No me apetece, voy a comprar cuando los tejanos se desgastan tanto que casi
transparentan mis braguitas (ya no me pongo tangas, de tanto usarlos tuve
problemas gástricos), o cuando las zapatillas tienen la suela desgastada y
tropiezo con las aceras. Paso de comprar por comprar. Otro mensaje, de Roger:
“¿te vienes a la playa?”. Suena mejor, tengo que conservar algo del bronceado.
Arranco
el seat Ibiza de segunda mano. Voy tranquila, con precaución, no tengo prisa
alguna. Me paro en un semáforo cuando está cambiando del ámbar al rojo. El
coche de detrás acciona el claxon. Miro el retrovisor, un taxista con un bigote
absolutamente pasado de moda, levanta los brazos. Estoy segura que está pensando “mujer tenía
que ser”. Saco el brazo y le dedico un levantamiento de dedo corazón.
Ya
en la playa, un niño me llena la barriga de arena cuando pasa corriendo por mi
lado. Leo un poco, voy a nadar un par de veces, hablo con Roger, le pido que me
ponga crema en la espalda.
¡Qué
putada que sea gay!
De
vuelta, un ratito de atasco. Constato, por enésima vez, la polución de Barcelona cuando entramos por
la C-32.
Tengo
ganas de llegar a casa y verme una peli. Quizás me masturbe antes de ducharme,
ya veremos, con esta calor me asfixio demasiado. Antes tendré que volver a
pasear a Stuart. El día acabará como empezó. Otro fin de semana más. En un mes y medio cumplo treintaydos, aunque siempre
diga que me quedé en los treinta.
Se
acaban las vacaciones. Mañana, de vuelta al trabajo.
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