11/8/13

UNA CHICA DE HOY EN DÍA



Salgo al mediodía, con ojeras que no se disimulan ni con las gafas de sol. Hay algunos nubarrones pero en la tele han anunciado que no va a llover. Lo he visto mientras desayunaba. Paseo a mi perro, Stuart, de raza cooker, con sus orejas caídas, sus ojos tristones, su pelo marrón, elegante. Yo, apenas me he lavado la cara y peinado sin mirar al espejo. Anteayer lo llevé al veterinario: limpiar, cortarle el pelo, desparasitar.
Mi perro tiene mejor aspecto que yo.

Un chico que pasea un pitbull más feo que él, que ya es mucho decir, se me pone a hablar mientras Stuart corretea por la hierba del parque. Una amiga me dijo que se ligaba mucho paseando al perro. Si todos fueran como éste, casi que mejor me compro una tortuga. Se está liando un porro, me lo ofrece. Muevo la cabeza de lado a lado. Le pongo la correa a mi perro y me alejo del pitbull y de su dueño. Regreso a casa. De camino hago un breve balance a la noche que pasé.
Ayer tuve una más de las citas típicas. Mis amigas están empeñadas en programar mis noches de sábado. Siempre el mismo plan. Cena con ella, su esposo (o novio), y un amigo. Me dejo convencer fácilmente. Tengo que mejorar en esto. La amiga me llama, “es monísimo, te encantará” me dice. “Lo acaba de dejar con su novia, está súper sensible”. Estos son los peores. Después de cenar, cuando vamos a tomar una copa, mientras mi amiga se morrea con su pareja, tengo que aguantar cómo me hablan de sus “ex”. “Ya, ya”, repito como una autómata. Estos no me sirven ni para echar un polvo. Una vez,  el chico se puso a llorar justo cuando ya estábamos desnudos, en mi cama y con el condón preparado.
Así no hay manera.
Resumiendo: cenita, un par de copas de cortesía y para casa. Suerte que el metro funciona toda la noche. Estuve afortunada, el tiempo de espera fueron sólo 3 minutos. Un par de chavales vomitaron en el andén, cerca de mí, y eso olía fatal.
Por suerte (o por desgracia), no todas las noches que salgo son así. A veces salgo con las compañeras de trabajo. Parece que ir a la discoteca e ir en grupo de chicas es sinónimo de que tengas que aguantar entre media y una docena de plastas que vienen a hablar. La probabilidad de que alguno me interese es baja, yo la sitúo en menos de un 5%. Chicos, ¿qué tengo que hacer para que os enteréis? Me gustan los chicos del montón, pero que sean monos, de conversación interesante, que me hagan reír, naturales como un yogurt, si tienen un puntito de timidez, mejor, me gusta llevar las riendas del coqueteo. No me van los que se quieren demasiado a sí mismos; los que hablan sin parar de su nuevo coche, o del apartamento que han comprado, a buen precio, en Calella de Palafrugell o en cualquier otro  bonito pueblo de playa; no me gustan los que hablan de mantenerse en forma, de la necesidad de ir al gimnasio para tener un cuerpo musculoso, cuando en los último 5 años no han leído más que la trilogía de Larsson o  “como mejorar tus abdominales”; y rehúyo a cualquier elemento del ecosistema “gafapastas”: que no, no me interesan en absoluto, cuando hablan de sus proyectos o de la cultura supuestamente “imprescindible”, cine europeo y bla bla bla; si, conozco a Murakami,  pesado. ¿Por qué te escandalizas tanto en el hecho de que Bret Easton Ellis es mi escritor preferido?
¿Alguno normal, chicos?
Dejo a Stuart en casa, le relleno de agua su tazón y le pongo un poco de arroz hervido que sobró ayer. Pongo un recambio en el ambientador eléctrico. Fue una buena decisión dejar de fumar en casa. Ahora me apetece uno. Bajo al bar de enfrente y me tomo una coca cola. Me encanta leer el periódico en la barra y que el camarero sea tan amable. Los chinos siempre sonríen cuando sirven a alguien. Los de aquí, parecen todos depresivos, los entiendo, viendo según que especímenes que pueblan los bares de menú a diez euros.
De vuelta a mi piso de 40 m2, saco del congelador un paquete de gambas congeladas. Como todo lo que compro, el paquete es demasiado grande. Alguna marca debería tener la idea de hacer raciones individuales de sus productos. Tengo que comer y cenar lo mismo. Mientras se cuece el guiso, hago unos minutos de bici estática y unas cuantas series de abdominales y flexiones. No me gusta tener que pagar un gimnasio cuando en casa puedo hacer lo mismo. Mientras como, enciendo la tele. Antes de empezar el telenoticias, el programa del corazón está acabando. No tengo ni idea sobre quien están hablando. Luego, publicidad, un nuevo anuncio de compresas.
Me entra urticaria.
Me como un par de rodajas de piña en almíbar, luego me caliento un café. Me sitúo el portátil sobre la falda. Reviso mi Hotmail. Nada nuevo. En el facebook un mensaje de mi hermana. “La semana que viene es el cumpleaños del papa, ¿quedamos el martes por la tarde para comprarle el regalo?”. Si claro, final de mes, otra vez tendré que tirar de tarjeta de crédito. Enciendo el móvil, a ver los  mensajes que tengo. Un par de amigas con idéntico mensaje: “hemos quedado mañana para ir de rebajas, ¿te apuntas?” No me apetece, voy a comprar cuando los tejanos se desgastan tanto que casi transparentan mis braguitas (ya no me pongo tangas, de tanto usarlos tuve problemas gástricos), o cuando las zapatillas tienen la suela desgastada y tropiezo con las aceras. Paso de comprar por comprar. Otro mensaje, de Roger: “¿te vienes a la playa?”. Suena mejor, tengo que conservar algo del bronceado.
Arranco el seat Ibiza de segunda mano. Voy tranquila, con precaución, no tengo prisa alguna. Me paro en un semáforo cuando está cambiando del ámbar al rojo. El coche de detrás acciona el claxon. Miro el retrovisor, un taxista con un bigote absolutamente pasado de moda, levanta los brazos.  Estoy segura que está pensando “mujer tenía que ser”. Saco el brazo y le dedico un levantamiento de dedo corazón.
Ya en la playa, un niño me llena la barriga de arena cuando pasa corriendo por mi lado. Leo un poco, voy a nadar un par de veces, hablo con Roger, le pido que me ponga crema en la espalda.
¡Qué putada que sea gay!
De vuelta, un ratito de atasco. Constato, por enésima vez,  la polución de Barcelona cuando entramos por la C-32.
Tengo ganas de llegar a casa y verme una peli. Quizás me masturbe antes de ducharme, ya veremos, con esta calor me asfixio demasiado. Antes tendré que volver a pasear a Stuart. El día acabará como empezó. Otro fin de semana más.  En un mes y medio cumplo treintaydos, aunque siempre diga que me quedé en los treinta.
Se acaban las vacaciones. Mañana, de vuelta al trabajo.

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