No es solo
un papel cualquiera el que sale del billetero de Paco, sumamente eufórico esta
mañana de 22 de Diciembre. 23845. Justo el mismo número que en la tele hace cinco minutos han cantado los chavales de San Ildefonso. El décimo mira a los ojos negros
de Paco, que van humedeciéndose a medida que pasan los minutos, después del
atlético salto de alegría inicial.
—Míralo, Eustaquio— el billete pasa a manos del
dueño del bar, se las acaba de secar con un pequeño trapo atado a la cintura.
Hace un instante las tenia untadas del aceite donde acaba de freír las
croquetas; lo agarra entre sus dedos, lo observa con una mueca de
dolor, palpándose con la otra mano la rodilla que sufre cada vez que empieza el
invierno. Lo dirige amablemente a su dueño.
El 23845
regresa a Paco, que sigue en pleno éxtasis, pidiendo una botella de cava a
Eustaquio con una sonrisa mas grande que su barriga cervecera y los brazos
hinchados de tanto subir y bajar cajas en el camión.
Con el
sonido del alegre jolgorio general de los clientes habituales el número se
siente el centro de todas las miradas. Amigos y conocidos de Paco piden
observar el colorido trozo de papel comprado en la administración de lotería
de la calle Ferran. No pasa cada
día ver de cerca un billete del gordo premiado, y el trozo de papel, 23845,
orgulloso como su propietario, se deja seducir por las voces de trabajadores
anónimos y superviventes del centro de Barcelona.
El 23845 pasa a los tostados dedos de Ghulam, en pleno
descanso, ha dejado el pequeño supermercado a cargo de su primo por un par
de horas. De allí a Lolo, que se acaba de un gran sorbo el carajillo para dar
espacio al cava, pensando en como solucionar el cabreo de su esposa, que la
semana pasada descubrió lo de Lolo con la hija del panadero. En la transición hacía nuevas manos el número pasa
enfrente de una ensaladilla que pide salir corriendo y una reunión de patatas
mega-refritas, resguardadas por una vitrina de vidrio curvada. Ahora esta en
manos del Chino y la Puri, habituales trileros de las Ramblas, que se acuestan
de vez en cuando rememorando locuras adolescentes de finales de los 80. Y de
ahí a las pequeñas y lechosas manos del Sepia, habitual del bar tanto de día
como de noche desde que le bautizaron con ese mote, aquel lejano día en que
pasó de ser Sergio Aparicio a ser el Sepia, también conocido como el gitano más
blanco al este del Llobregat. El décimo sigue su curso a la izquierda, y
rápidamente huele el contraste entre el aliento a brandy del señor Martín a la
suave fragancia de la Yoli, para sentir como las uñas pintadas de fucsia le
hacen cosquillas en su número de serie. Luego a las palmas manchadas de rojo de
dos vendedores de rosas y a la adolescente mano de la hija de Eustaquio.
Solamente un trayecto de unos seis metros y medio por la barra de un bar típico de Barcelona. Aún halagado, el gordo hace el camino de vuelta hasta
llegar al bolsillo de la chaqueta.
Desde allí dentro, en la oscuridad, sigue oyendo a
Paco proponiendo un último brindis, con la segunda botella de cava mientras
coloca el décimo en el billetero de piel, las felicitaciones y palmadas de
amigos y conocidos en la espalda. “Menuda suerte macho”, “ya invitarás a una
cena un día de estos”, “!cómo se va a poner tu esposa cuando te vea!”. Puede oír
también como algunos se despiden, regresan a su trabajo o a sus negocios
envidiando sanamente la suerte, agradeciéndole a Paco el cava y dando un fuerte
apretón de manos que lo sacude. Al instante huele el aroma a barrio chino, y
las conversaciones de los habitantes del barrio, alejándose del bar en
dirección a las Ramblas. Cuanto más se aleja, menos escucha lo que sucede en el
bar...
Allí, el corazón de Paco va recobrando su ritmo
habitual y las copas de él y Eustaquio
chocan amablemente.
—Vuelve a enseñarlo, Paco— oye como le dice el
dueño del bar.
Saliendo del
billetero, acariciado por los mismos dedos gruesos, Paco mira fijamente al
número y la sonrisa se desvanece.
Ahora solo dos ojos negros clavados en él, que estallan furiosos al comprobar su suerte. 12110… Este segundo número, no premiado, siente su piel de papel desmembrarse en apenas un par de segundos por la violenta reacción de los dedos.
Ahora solo dos ojos negros clavados en él, que estallan furiosos al comprobar su suerte. 12110… Este segundo número, no premiado, siente su piel de papel desmembrarse en apenas un par de segundos por la violenta reacción de los dedos.
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ResponderEliminarjajajaj pobre paco
ResponderEliminarSi, no me quiero ni imaginar cómo se debe sentir en ese momento... Tengo otro relato pendiente, con algunos de estos protagonistas. En breve...
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