Mariano abre pesadamente los ojos, despega con dificultad los párpados
como si estuvieran fijados con SuperGlue y le cuesta, por unos segundos,
enfocar correctamente a lo que tiene alrededor.
La mente algo pesada, sin saber demasiado bien dónde está ni cuánto
rato se ha pasado dormido. Le ha despertado algo parecido a un
murmullo de voces, tras la fina pared de Pladur cerca de la cual ha
dormido, casi con la oreja fundiéndose, sin saber dónde empieza ella y dónde la
pared. Ha soñado en enfrentarse a su jefe el lunes, pues un
hilillo de saliva resbala, ya casi sólido, por su mentón y humedeciendo la
manta nueva de tono azulado . Con las manos la acaricia como
queriendo recuperar la sensibilidad en las yemas de los dedos. Una mirada algo
más vasta le informa de que ha dormido en una cama elevada un par metros del
suelo, de estructura juvenil y color oscuro, que le recuerda vagamente a
su habitáculo adolescente. Con esfuerzo baja los seis escalones de la litera
hacia el suelo.
¿Dónde estoy?, se interroga tras apoyar tierra firme, notar el
frio del suelo en la planta de sus pies para enfundarlos luego en sus mocasines
marrones. Observa la mesa-escritorio de madera sin tratar, encima de la cual un
ordenador falso es iluminado por una lamparilla de hierro. A su lado, un
armario móvil de acero, con su mini cerradura y mini llave, y detrás, un
mueble de almacenaje de DVD’s (con cajas vacías de “éxitos” desconocidos”) en
posición vertical. En la pared más cercana, sobre un sofá cama, cuelgan de unos
ganchos en la pared un par de skateboards. ¿He vuelto definitivamente a mi adolescencia?,
¿Soy Marti McFly?. Sólo un par de minutos observando todos estos
detalles, encerrado en una rara conexión mental que le hace percibir lo
que está viviendo como algo etílico y desorientador.
De repente, alguien aparece por la única abertura de la habitación. Un
joven muy parecido a él cuando aun tenia pelo se queda sorprendido viendo su
cara fantasmal y sus ojos exageradamente abiertos. ¿Quién es este chaval?
Mariano sigue confuso y sin recuperar del todo una visión nítida de las cosas
que le rodean. Decide explorar más allá de la habitación...
Tras dar dos pasos al exterior de la habitación se encuentra un pasillo
dibujado en el suelo, con flechas que dirigen a un lugar aún por descubrir...
Un espacio inmenso, luminoso, a su alrededor, lleno de habitaciones para todos
los gustos. Siente el frescor en sus piernas peludas. Alguien pasa a su lado y
le golpea el costado, de no se sabe donde aparece una marea de personas que
intentan rodearle como a un obstáculo incómodo en mitad del camino. Le dan
codazos varias parejas de recién casados, con el denominador común que cada unos
de los maridos hacen la misma cara de zombi que Mariano tenía hace unos
minutos; varias señoras muy maquilladas agarradas de la mano y observando las etiquetas de cada
una de las lámparas kvart y los jarrones somrig, entorpeciendo aun más la
marcha por encima de las flechas. Extraños hombres y mujeres con uniforme de
tonos amarillos le observan. Mariano vuelve a caminar, intentando seguir a una
familia que parece saber muy bien donde va. Esto me suena de algo.
Por poco tiempo, pues comete el error de salir del camino marcado justo
cuando se encuentra varios dormitorios, todos ellos perfectamente en sintonía
de color y espacio. Mandal, Hemnes, Hopen o Trondheim, cada uno con su propio
estilo y personalidad. Blancos, negros, rojos o azules. Mariano aun no se ha
recuperado y pierde la orientación. En cinco minutos está de nuevo observando la
librería Lack que un joven medía... ¿Antes de dormirme? Alguien le agarra del
brazo, otro joven de uniforme se dirige a él.
—Acompáñeme —le ordena tajante.
Como una marioneta lo sigue, encauzando de nuevo el pasillo. Un par de
giros a derecha a través de mesas, sillas o sofás y otros dos más a derecha,
siempre en el mismo pasillo de flechas, entre cocinas y lámparas. Mariano
observando de cerca la espalda del uniformado. Tras ver fugazmente centenares
de cuadros y jarrones llega a un almacén surrealista, con grandes estructuras
metálicas de cinco metros de alto. Varios pasillos llenos de cajas de distintos
tamaños y las mismas parejas de jóvenes casados arrastrando extraños vehículos
planos de ruedas, con montón de cajas en ellos. Mariano está conmocionado con
la rapidez del chico en guiarse por este laberinto infernal. “Las siglas deben
significar Incluso Kolocados Encontramos los Atajos”, soluciona contento el enigma
de las siglas de la espalda del muchacho.
—Aquí está —dice el uniformado a una joven, Mariano se gira y la observa—; ¿es éste su marido, señora?
Ella lo mira, flipando, de arriba a abajo.
—Sí gracias, este es el payaso de mi marido.
—Debe haberse quedado dormido, lo hemos encontrado alucinando y
desorientado en la sección “despachos” —le responde el joven.
—Ya veo, ya, muchas gracias —responde la mujer de Mariano al
chico, que se despide y se aleja; ella mira a su marido, de arriba abajo, ahora
enojada—. Podrías haber tenido la decencia de volverte a poner los pantalones...
Mariano mira hacia abajo por primera vez. Efectivamente, voy con slips
blancos ¿dónde he dejado los malditos pantalones?
—Toma vístete —ella saca del bolso un pantalón de chándal— cada vez que
venimos a Ikea te pasa lo mismo, madura un poco. Por cierto, cuando acabes de
situarte, mientras pago ves a buscar a la niña a la piscina de bolas.
Claro, eso es, ahora recuerdo, tengo una hija.
Mariano se aleja del bullicio de gente pasando sus tarjetas por las decenas
de cajas repletas. Ve a su hija, de brazos cruzados esperando en la puerta de
la piscina.
—Cariño, ¿te pasa algo? —pregunta Mariano a su hija, de ojos verdes como el
sofá Karlstad.
—Papi, me he aburrido mucho. Yo quería ir a Port Aventura.
—No te preocupes, mi vida, esto papá lo arregla.
Mariano coge a
su hija de la mano y sube de nuevo las escaleras de entrada.
—Ya verás que divertido este laberinto.
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