Mariano abre pesadamente los ojos, despega con dificultad los párpados
como si estuvieran fijados con SuperGlue y le cuesta, por unos segundos,
enfocar correctamente a lo que tiene alrededor.
La mente algo pesada, sin saber demasiado bien dónde está ni cuánto
rato se ha pasado dormido. Le ha despertado algo parecido a un
murmullo de voces, tras la fina pared de Pladur cerca de la cual ha
dormido, casi con la oreja fundiéndose, sin saber dónde empieza ella y dónde la
pared. Ha soñado en enfrentarse a su jefe el lunes, pues un
hilillo de saliva resbala, ya casi sólido, por su mentón y humedeciendo la
manta nueva de tono azulado . Con las manos la acaricia como
queriendo recuperar la sensibilidad en las yemas de los dedos. Una mirada algo
más vasta le informa de que ha dormido en una cama elevada un par metros del
suelo, de estructura juvenil y color oscuro, que le recuerda vagamente a
su habitáculo adolescente. Con esfuerzo baja los seis escalones de la litera
hacia el suelo.