La
arena alrededor de sus sandalias parece quemar pues el sol brilla en su máxima
expresión, no se arrepiente de haberse untado de crema solar, en este momento está
siendo de gran ayuda. La chica del
bikini naranja enfrente de él se está tostando, completamente impermeable a
miradas masculinas, volviéndose negra
por momentos; en cambio, los chicos noruegos de más allá se están poniendo muy
rojos y apenas se diferencia su piel del color de la camiseta del Barça sin
mangas. Cuando los chavales corren por su lado le llenan de arena las piernas.
Cerca, en un espacio del paseo varios chicos haciendo piruetas en
sus skates, con los pantalones cortos bajados enseñando sus bóxers. Una
aprendiz de Pamela con sus airbags está sentada, ausente, escondida tras sus
gafas de sol “último modelo”, volteando el cuello de norte a sur buscando un
cazador de talentos. Un chico con perilla a unos metros de ella le saca fotos
disimuladamente desde su móvil. Hoy solamente funcionan cuatro de las veinte duchas
que es capaz de ver desde allí, oye alguna crítica de una señora robusta que
aporrea el pulsador esperando remojarse sin éxito. Cerca de él, una pareja
madura discute a viva voz, oye al señor quejarse porque quiere ir a comer, le
apetece una paella mixta, y ella quiere aprovechar las horas de sol. Esas voces
diluyen un poco el sonido del ipod de los chicos de detrás, que oyen las
últimas canciones del verano mientras observan la citada chica del bikini
naranja, al igual que el señor de la gran barriga que piensa porque a su mujer
le luce tan mal el bikini y a la chica no. Otra pareja, mucho más joven, hace
subir la temperatura de la arena creando una coreografía corporal apta
solo para mayores de edad. Un grupo de mejillones observan la escena desde las
rocas, cerca de un par de chiquillos que se tiran en bomba, inconscientes,
desde el borde de ellas. Los camareros argentinos en el chiringuito filosofan
sobre el sinsentido del nosequé mientras un chico de no más de tres años lame su
primer cornetto, sentado solo pues su madre intenta ligar con el socorrista
joven que toma su descanso saboreando un refresco. Al fondo, puede ver
engominados italianos jugando a voley contra un grupito de españolas
sonrientes. En el horizonte varios botes y unas gaviotas volando a ras de mar,
y subiendo la vista, una avioneta de publicidad. Un árabe demasiado vestido
para el clima de hoy transporta una nevera portátil azul de los años 70 e
intenta venderle una cerveza. El pintor rechaza la idea. Las gotas le caen pero
prefiere seguir con su esbozo del cuadro. La playa en verano, en un pueblo que
vive del turismo es esto, no hay mucho más que contar.
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