3/7/12

LA PLAYA


            La arena alrededor de sus sandalias parece quemar pues el sol brilla en su máxima expresión, no se arrepiente de haberse untado de crema solar, en este momento está siendo de  gran ayuda. La chica del bikini naranja enfrente de él se está tostando, completamente impermeable a miradas masculinas,  volviéndose negra por momentos; en cambio, los chicos noruegos de más allá se están poniendo muy rojos y apenas se diferencia su piel del color de la camiseta del Barça sin mangas. Cuando los chavales corren por su lado le llenan de arena las piernas. Cerca, en un espacio del paseo varios chicos haciendo piruetas en sus skates, con los pantalones cortos bajados enseñando sus bóxers. Una aprendiz de Pamela con sus airbags está sentada, ausente, escondida tras sus gafas de sol “último modelo”, volteando el cuello de norte a sur buscando un cazador de talentos. Un chico con perilla a unos metros de ella le saca fotos disimuladamente desde su móvil. Hoy solamente funcionan cuatro de las veinte duchas que es capaz de ver desde allí, oye alguna crítica de una señora robusta que aporrea el pulsador esperando remojarse sin éxito. Cerca de él, una pareja madura discute a viva voz, oye al señor quejarse porque quiere ir a comer, le apetece una paella mixta, y ella quiere aprovechar las horas de sol. Esas voces diluyen un poco el sonido del ipod de los chicos de detrás, que oyen las últimas canciones del verano mientras observan la citada chica del bikini naranja, al igual que el señor de la gran barriga que piensa porque a su mujer le luce tan mal el bikini y a la chica no. Otra pareja, mucho más joven, hace subir la temperatura de la arena creando una coreografía corporal apta solo para mayores de edad. Un grupo de mejillones observan la escena desde las rocas, cerca de un par de chiquillos que se tiran en bomba, inconscientes, desde el borde de ellas. Los camareros argentinos en el chiringuito filosofan sobre el sinsentido del nosequé mientras un chico de no más de tres años lame su primer cornetto, sentado solo pues su madre intenta ligar con el socorrista joven que toma su descanso saboreando un refresco. Al fondo, puede ver engominados italianos jugando a voley contra un grupito de españolas sonrientes. En el horizonte varios botes y unas gaviotas volando a ras de mar, y subiendo la vista, una avioneta de publicidad. Un árabe demasiado vestido para el clima de hoy transporta una nevera portátil azul de los años 70 e intenta venderle una cerveza. El pintor rechaza la idea. Las gotas le caen pero prefiere seguir con su esbozo del cuadro. La playa en verano, en un pueblo que vive del turismo es esto, no hay mucho más que contar.


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