En un instituto del extrarradio de Barcelona el profesor
de religión esta sentado en la taza del váter. Esta mañana desayunaba un
bocadillo extragrande de jamón serrano y una cerveza, y pensaba que quizás se
le acaba el chollo, pues cada vez hay menos alumnos. Justo al otro lado de la
pared del lavabo, en una pequeña aula, un estudiante chino, con su padre y la
tutora. Liao és el tercer vértice de un triangulo, haciendo de intérprete,
mediador y caso en el conflicto. Su padre piensa en integrarlo definitivamente
en la vida del restaurante y la profesora intenta convencerlo de que siga
estudiando para que haga una carrera universitaria. Cada uno, intentando
vehementemente influir con sus argumentos en la opinión del otro. Como árbitro
de la contienda, Liao cada vez está más incómodo ante el diálogo pugilístico
entre ellos. Tiene 16 años y se pregunta “¿Qué quiero hacer yo?” De repente,
entra en el aula el profesor de religión, con el cinturón sin abrochar.
“Perdonad, ¿no tendréis papel de váter por aquí, verdad?”
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