Salía cada día a pasear su
fox terrier desde hacía semanas, meses y años…
Hoy camina entre farolas
apagadas y arboles sin hojas, sobre unas baldosas que ya conocen la forma sus
pasos. Se siente extraño rodeado de las miradas de los vecinos que lo ven
pasar. Por las mañanas, esos ancianos con boinas de franela y gafas oscuras; y,
por las tardes, antes de cenar solo y
viendo el informativo de la 1, esos jóvenes con gorras y fumándose un porro.
Todos parecen observarle con ojos sospechosos, como si fuera un extranjero en
el entorno, un paseador extraño con la correa en una mano y una bolsita de
plástico para recoger los excrementos, en la otra.