...vestía de rojo…
…y
la visualizaba agarrando mi corazón, estrujándolo entre sus manos que acababan
en largos dedos con uñas pintadas de frambuesa, para luego licuar su contenido
hasta extenuar la última gota de mi líquido, depositándolo en una amplia jarra
de vidrio y removiendo con un bastón de madera pegajoso, mezclándolo entre
trozos de cereza y fresas y algo de azúcar hasta conseguir una suave y
homogénea sangría que se bebía a grandes sorbos con la boca abierta, de la que
caían regueros por los lados de sus labios carnosos …
…vestía de azul…
…y
surfeaba entre grandes olas con la tabla de piel que era mi espalda, sintiendo
que se liberaba entre las aguas de un mar tropical, y los peces saltaban para
saludarla y decirle lo bonita que se veía con su silueta dibujada sobre el
horizonte de un cielo despejado, con la misma sonrisa que haría la pitufina en
éxtasi mientras la abarcaba el pitufo forzudo, y saludaba a barcos de vela y
yates que se arremolinaban en ese litoral cristalino, flanqueados por sirenas
de largas colas, que ni por asomo poseían la belleza que apreciaba en ella…
…vestía de naranja…
…y
el fuego invadía de llamas nuestra cama de matrimonio mientras hacíamos el
amor, y nos comíamos nuestros labios de melocotón envueltos en licor ácido,
lamíamos nuestros cuerpos de mermelada, dejando atrás los miedos, olvidando
monstruos de dos cabezas que antaño nos miraban desafiantes y
calabazas de Halloween iluminadas por velas que no se consumían, y
sentíamos más y más calor hasta sentirnos capaces de freír un huevo sobre
nuestros vientres, inundando el aire de humo, incendiándolo todo…
…vestía de verde…
…y
yo correteaba a su lado agarrado bien fuerte de su mano entre hierbajos y
matorrales, moviéndonos como a cámara lenta a velocidad de una tortuga,
borrachos de satisfacción como si hubiéramos bebido unas cuantas Heineken, y
llegando a un riachuelo del que veíamos ranas saltando sin tener tentación alguna
de besarlas por si aparecía un nuevo príncipe o princesa, ya nos teníamos el uno
al otro…
…vestía de amarillo…
…y
se había fundido ya en mí como el queso cheddar sobre los doritos, formando
parte de mi día a día como el amanecer, sin deshojar más margaritas de
inseguridad, compartiendo con ella espacios, alegrías y excursiones a la playa
en verano…
…y finalmente vestía como antes de entrar en ese
pequeño cuarto minúsculo, en que apenas había una silla, un espejo y un colgador
detrás de la puerta. Siempre ella, la misma que había vestido todos aquellos
colores primarios, secundarios, cálidos u oscuros. Al fin se dirigía a mí, con
cara de insatisfacción, acercando la mano al bolso que yo había sujetado,
pacientemente, en mi hombro durante aquella larga tarde.
—Ya estoy, cariño, vámonos —dijo.
— ¿Ya? —respondí—. ¿No te compras nada? —pregunté
confuso, regresando al mundo real.
—No, otro día…—rubricó tajante.
Y de camino a la puerta la seguía y me liaba un
cigarrillo, no sabiendo si añorar o borrar de mis recuerdos las tardes de
soltero y preguntándome de donde había sacado yo todas aquellas imágenes, que se mezclaban en mi mente durante la larga y paciente
espera. No sabía, en aquel momento, si maldecir o felicitar a los propietarios
de aquella tienda de ropa, que tenía en su colección de primavera-verano todos
los puñeteros colores del arco iris.
Me ha encantado viajar sobre este arcoiris, Mark. Muy bien narrado, lleno de coloridas imágenes evocadoras y con un final inesperado que lo cierra con un simpático guiño. Mi enhorabuena.
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Laura! Me alegra de que te hay gustado esa nueva faceta mía, alargando las frases con un lirismo que tú siempre trabajas tan bien en tus relatos. ¡Un abrazo!
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