—Eustaquio, ¿vienen esas cervezas?
—Ya van, Sepia, ya van —le responde el dueño del bar, mientras
cierra la puerta de la nevera. Se palpa la rodilla, y pone en la bandeja tres volldamms y una
coronita con un trozo de limón para el Sepia.
—Joder, ya era
hora, jefe.
—¿A qué hora llega Paco?, ¿saben algo? —interviene Lolo,
con los dedos entrecruzados, los codos bien aposentados en el borde de la mesa
y los brazos alineados en paralelo.
—Me acaba de enviar un mensaje —responde Eustaquio, secándose
las manos en su delantal aceitoso y acercándose a la mesa—, dice que llega en
nada, está comprando el… Un vinito para la cena. Dice que el que tengo yo es
malísimo. ¡Qué sabrá él!
La reunión en el bar de Eustaquio los martes por la noche,
se ha convertido en un hábito saludable para ellos. Cervezas, partidita, si hay
futbol, futbol, y cena que se alarga hasta las tantas con los cubatas.
—Me parece que últimamente va más estresado. No sé porque
será… Eustaquio, tráete algo para picar, mientras —el Sepia dando un sorbo a la
Coronita— prepárate una ensaladita o algo así, jefe.
—¿No podías pedir unas olivitas como todo el mundo?
—No te quejes, que hoy te salvamos la noche. —responde
irónico.
—¿Cómo le va en el bar, Eustaquio? —pregunta Lolo, girando
su cuello con cuidado, mirando a la barra—. ¿Mucha clientela?
—No te oye —responde convincente el Sepia—, está
refunfuñando. Y eso ya te lo digo yo: por la mañana bebedores de trifásico y
jubilados, al mediodía curreles de menú y por las noches proxenetas tomando un
Gintonic y chavales de botellón en busca de más bebida, como el jefe se lo
vende a buen precio... Lo mejor de cada casa, colega.
Efectivamente, así es: Eustaquio refunfuña en un rincón
de la barra. Mientras limpia la lechuga, le viene a la memoria su aventura con
la esposa del panadero. Piensa en sus pechos “son como escalar una pared sin
cuerda de seguridad”. Ya que su rodilla no le deja, practica algún deporte de
riesgo en su vida. La aventurilla, mil horas en el bar y un partido de futbito,
medio cojo, de vez en cuando. Poco más.
—Muy triste, ciertamente. Se merece más suerte. ¿No está
de acuerdo, Sergio?
Todos en el barrio lo conocen como “el Sepia”, sus primos
le pusieron el mote, según ellos porque era “el gitano más blanco al este del
Llobregat”. Le gusta hacer excursiones en 4x4 escuchando a Serrat y detesta el
flamenco desde que murió Camarón. Lolo es el único que lo llama por su nombre
de pila.
—Seguro que si, colega. Por cierto —prosigue el Sepia—. ¿No
te parece que ha adelgazado el Eustaquio? ¿No lo ves más misterioso? Eso es que
tiene un rollo sexual, fijo.
—Pues no me había parecido, ¿usted cree?
En ese momento Paco golpea la persiana metálica del bar
desde la calle.
—Abrid chicos, soy yo.
El Sepia se levanta y da un tirón brusco a la
persiana metálica. Tiene más fuerza de lo que aparenta su frágil constitución.
—¿Qué tal vas,
Sepia? ¿Cómo va todo? ¿Bien? —sonríe Paco, bajando algo la cabeza para no
golpearse. Sostiene una bolsa de plástico en su mano derecha.
—Genial, macho. ¡Anda
que no has tardado! No se como lo haces, con los brazos que tienes de cargar
cajas, que no puedes ni levantar la persiana.
—Buenas noches,
Paco. ¿Cómo le va? Encantado de verle otra vez.
—Señor Lolo…
Pues ahí ando, tirando. Tengo que empezar ya el régimen.
—Ya está la
dichosa ensalada —Eustaquio con el plato listo—. Paco, vamos a sentarnos, anda,
que se te calienta la birra.
—Empiecen sin mí.
Tengo que ir al lavabo. —se disculpa Lolo.
Se sientan.
—¿Has traído
algo, pues? —le pregunta Eustaquio a Paco, resoplando.
—Si claro, aquí
está —señalando la bolsa.
—Luego se lo
damos… ¡Que buena la ensalada, jefe!
—Gracias, Sepia. Oye, que raro que quieras celebrar el aniversario,
tú que no crees en esas cosas...
—No creo ni en cumpleaños,
ni celebraciones, ni en tests psicotécnicos, ni en la mariconada esa del Pilates.
Si ya lo sabéis —responde el Sepia sacando el hueso de una aceituna y dejándolo
en el cenicero—, pero un amigo es un amigo, joder.
Desde el otro lado de la puerta del retrete de hombres,
Lolo empieza su ritual: lavarse las manos, colocar papel higiénico
cuidadosamente antes de aposentar el trasero, sacar un libro del bolsillo y no
acabar la “faena” antes de leerse un capítulo entero.
—¿Por cierto —continua el Sepia—, no se le ve más quisquilloso al colega? No le
reconozco, con lo que él era cuando lo conocimos… Cada vez va a peor.
—Hace mucho que habla de usted, ya sabes —afirma
Eustaquio—. Casi diez años. Y creo que hace casi tantos que no está con una mujer.
—Será porque no quiere. Se ve que le da clases de música
a la chavala de la panadería, a la hija —dice el Sepia. Al momento, Eustaquio
vuelve a pensar en la madre de la chavala, desnuda en un motel cutre de Ciutat Vella—.
Dicen que es una golfilla, que se la tira medio barrio. ¿Os acordáis hace años, cuando cada semana
lo visitaba una mujer distinta?
—Buenos tiempos, si... Recuerdo que fui pichichi en la
liga tres años seguidos. —Eustaquio con un renovado brillo en los ojos.
—Aunque yo no lo entiendo —interviene Paco—, parece un extraño, un marciano… no me sale la
palabra…se le ve… peralte.
—Pedante, macho. Habla bien. Empezó a cambiar cuando
aprendió solfeo y todas esas
mariconadas.
— ¿Y qué le has comprado, Paco? —interroga Eustaquio,
señalando la bolsa—. ¿Un pastelito o algo así? Tengo velas, por si acaso.
—Mucho más mejor que eso. En la panadería he encontrado
algo genial, y le ira como anillo al dedo.
—Si, imagino, “mucho mas mejor” ¿no? ¡Qué raro que no
hayas dicho “como dedillo al ano”!
—Ese panadero es un cachondo. —responde Paco, sin reparar
en la ironía del Sepia.
—¿Por? Si son iguales a los croissants que me vende,
mejor que se lo devolvamos…
—Hace barras de pan en forma de pene. ¡Y muy baratas! He
comprado una para el Lolo. —anuncia ilusionado Paco— ¿Os la enseño?
—No hace falta, luego, si acaso. ¿Y qué hace? ¿Se saca la
suya de modelo? —Eustaquio sabe de buena tinta que gasta una más bien chiquita.
—No, él la tien… —Paco se detiene, tragando saliva, ante
la mirada suspicaz del Sepia—. Que tiene muchos modelos, vaya —prosigue,
dubitativo—. ¿No os parece súper original?
—Ahá…
Las tendencias sexuales de Paco siempre han sido la
comidilla del barrio. Le va la carne y el pescado. Es un gallego de nacimiento,
y por eso nunca se sabe si va o viene; y catalán de adopción, lo demuestra con su
excesivo amor a la “pela”. El silencio incómodo se rompe, por la voz de Lolo
desde el baño.
—Eustaquio. ¡Necesito su ayuda!
—El colega se ha vuelto a olvidar el papel, anda jefe, llévaselo,
que le coge algo.
El dueño del bar se levanta pesadamente de la silla.
Suspirando.
—¿Una partidita hoy, Sepia? —pregunta Paco.
—No sé, a ver
que dice…—Eustaquio regresa—. ¿Cómo está la princesa en su trono, sale ya?
—Ya viene, dice
que le falta un párrafo.
Tiene aún que peinarse y arreglar los faldones de la
camisa, ponerlos por dentro del pantalón, y ver en el espejo si las mangas
están a la misma altura.
—Estábamos diciendo con el Sepia si jugamos antes de
cenar —de nuevo Paco— ¿Eustaquio?
—A lo que queráis. No han venido muchos clientes y tengo
ganas de desplomaros. Pero dadme tres minutos, que llamo a mi hija. Mañana la
recojo en el cole, que se queda unos días conmigo. La fresca de su madre dice
que se va el fin de semana a casa de “unos parientes”.
—Al póker estaría bien —Paco interviene, atragantándose
con el sorbo de Voll Damm—, pero sin jugar con pasta, que ando muy justo.
—Ha dicho, desplomarnos, macho, no desnudarnos, amigo
bisexual —le responde el Sepia con sonrisa burlona—. Hace años ya de aquello…
ya nos viste en pelotas. Casi ni teníamos pelos en los huevos.
—¿Qué debaten, chicos? —aparece Lolo, bien aseado. Se
sienta con cautela en la silla, que antes limpia debidamente con un kleenex
—¿Te parece un dominó, Lolo? —Paco acomodándose en el
respaldo de la silla de plástico.
—Yo paso, cada mañana tengo los abueletes chillando
“¿quién tiene el doble pito?” —añade Eustaquio, que acaba de colgar—, ¿Qué tal
un 7 y medio a diez euros la ronda?
—Joder, si que vas fuerte, jefe. Me molaría un ajedrez —propone
el Sepia.
—Que va, sólo me queda un caballo. Mejor que decida el
homenajeado. ¿Lolo?
—Me tienen desorientado. ¿De qué homenaje hablan?
—Dejémonos de mariconadas, anda, Paco, saca el regalito.
Paco sale de la
bolsa una botella de cava y el envoltorio donde se esconde el gran pene.
—¡Felicidades!
—gritan los tres al unísono mientras, y Lolo va quitando cuidadosamente el
papel.
—Pero, chicos,
deben haberse equivocado, mi cumpleaños no es hasta dentro de tres meses… Ohhh,
¿pero qué es esto? —observando el gran miembro.
—Un regalito de
parte nuestra, colega. —interviene el Sepia—. Que ya no te acuerdas. Hoy hace
siete años que saliste del trullo. ¡Fuiste el primero en entrar y el último en salir!…
—¡Es verdad!
Tienen toda la razón del mundo — Lolo
se levanta, abrazando intensamente a cada uno de sus tres amigos. Con los ojos
húmedos, vuelve a sentarse—. La verdad es que yo también tenía una sorpresa,
una buena noticia que contaros —busca en el bolsillo de su chaqueta, y saca una
cajita de piel, negra. La abre cuidadosamente—. Chicos… Mañana le pediré a mi
enamorada que se case conmigo. Deseo con todas mis fuerzas que diga que sí.
El Sepia, Paco y
Eustaquio se quedan con la boca abierta. Tardan unos segundos en reaccionar.
—Pero… ¿Cuándo?
¿Cómo así? —le pregunta Eustaquio.
—Hace
ya unos meses que andamos
juntos, en secreto. Perdónenme que no les haya dicho nada…
—Bueno, colega,
nos alegramos mucho.
—Si, Lolo, nos
agregamos por ti… digo, alegramos. Tendremos que ir ahorrando para la boda...
—Ya os dije que
volvería, chicos —el Sepia mira a Paco y Eustaquio—, no todo estaba perdido.
¡Ha vuelto el viejo Lolo! Ya pensábamos que te habías vuelto medio maricón,
como el Paco.
—No tiene
gracia, Sepia…
—¿Y quién es
ella? ¿La conocemos? —pregunta Eustaquio, decidido a abrir la botella de cava.
—Es la chica a
la que doy clase de música. Una chica madura a pesar de su edad, inteligente,
sensible, atractiva… Y además ayuda en el negocio de sus padres. Un amor. Creo
que si la deben conocer.
—Ejem…si —acierta
a decir Paco en voz baja. Podría decir que cuando sale furtivamente de casa del
panadero, vigila no cruzarse con ella—. Me alegro.
Eustaquio, con la mano congelada sobre el tapón del cava,
vuelve a pensar en la madre de la chica.
—Chavales, que os habéis quedado apollardados.
¡Felicidades, Lolo! —interviene efusivo el Sepia— La chavala seguro te dice que
sí —recuerda que el Lolo tiene unos buenos ahorritos de sus “negocios” de
antaño y intuye que la chica también tiene
esa información, pero si su amigo vuelve a ser feliz…—. Anda, Eustaquio, ves a por unas copas que
tienes la espuma del cava mojando la mesa…
—Muchas gracias chicos. Como no, están formalmente
invitados a la boda. Gracias por tus buenos deseos Sepia, sé muy bien que no te
van estas cosas.
—Un amigo es un amigo, joder —interviene el Sepia,
encendiendo un cigarro—. Aunque, intuyo que en la boda “cantaré” un poco…
Se queda callado, esperando un "¿por qué?”. Tanto
Paco como Eustaquio siguen aun cavilando.
—Claro, daros cuenta, chicos —concluye—. Joder, ¡debo ser
el único al que no le gusta el pan!
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